domingo, 21 de junio de 2015

La ciudad secreta

Alguien la divisó, quizás desde un avión, y la noticia corrió como reguero de pólvora. El entusiasmo era contagioso, ya que en aquella ciudad perdida en la selva se escondía el secreto de sus orígenes, y la verdad de su futuro. Quizás era el descubrimiento del siglo. Como el camino era difícil, buscaron voluntarios, gente capaz y valiente, dispuestos a representarlos en aquella noble misión diplomática. El grupo finalmente quedó conformado por gente de distinta edad, sexo y origen, pero que se complementaban muy bien entre sí: los fuertes con los inteligentes, los audaces con los metódicos. La paciencia de unos, con el espíritu y la voluntad de los otros.
Durante semanas, el grupo atravesó la impiadosa jungla y se arrastró por húmedas cavernas como un solo hombre dejando de lado sus diferencias. Tomaban decisiones dando lugar a la opinión de todos y elegían los mejores senderos para que los vehículos de provisiones pudieran avanzar. Comenzaron a pensar que su misión tenía una finalidad más alta que la diplomática: creían que iban en busca de una verdad sobre ellos mismos.Pero el camino era difícil, y la marcha se hizo cada vez más ardua. Los cansancios del viaje se hicieron sentir, y agrietaron los ánimos.

Algunos dijeron que comenzó cuando un pequeño grupo de aventureros comenzó a ignorar las decisiones del grupo, justificándose en que solo ellos poseían la experiencia necesaria para elegir correctamente. Otros, en cambio, aseguraron que comenzó cuando algunos miembros del grupo comenzaron a creer que las provisiones se repartían de forma desigual, y a reclamar aquel faltante.
Pronto se hizo evidente que había una escisión, dos tendencias desiguales que vibraban fuera de sintonía entre los aventureros. Las voces se elevaron discordantes, opinando una cosa o la otra, y se perdió gran parte de la sensatez con la que se habían manejado hasta ese momento. Se llamaron burlonamente entre sí "el grupo de los mentirosos", y "el grupo de los falsos profetas". El primero de estos grupos decía conocer la ruta mas sencilla y directa a la ciudad secreta, oasis de verdad al que todos deseaban arribar. Los falsos profetas desconfiaban de esta ruta: alegaban que aquel camino era un engaño: muchos no podrían cruzarlo, y quedarían rezagados, o se perderían. También aseguraban que era una estrategia de sus rivales para no compartir la gloria del descubrimiento con todo el grupo.
Por otro lado, los mentirosos no se fiaban de los falsos profetas: Creían que siempre estaban buscando trampas y dobles sentidos en todo lo que se hacía o decía, y que esta desconfianza los llevaba hasta la el límite de la paranoia. Además, decían, tenían una tendencia preocupante a la conspiración: conformaban grupos sectarios, e intrigaban con propósitos que no revelaban.
Finalmente, decidieron separarse: Los mentirosos tomaron por la ruta que habían propuesto, y resultó que era tan sencilla y directa como habían prometido, aunque ninguno de ellos se arrepintió de haber dejado  atrás a sus compañeros. Realmente deseaban llegar a la ciudad secreta, pero una vez allí, habían acordado no revelar sus secretos al mundo: querían que la verdad no escapara a su control. Algunos dicen que llegaron a la ciudad secreta, y que lo que vieron y encontraron allí los volvió ricos y poderosos.
Por otra parte, el grupo de los falsos profetas, que había elegido una rutas mas larga, sufrió mas escisiones. Numerosos jefes surgieron de cada división, y se atomizaron en contingentes cada vez mas pequeños y cerrados de gente. Cada líder aseguraba a sus seguidores que conocía el camino, pero la realidad era que avanzaban casi tanto como retrocedían. Todos deseaban fervientemente alcanzar la ciudad secreta para poder compartir sus secretos con el mundo, pero según se cuenta, jamás llegaron.
Por un motivo u otro, ningún aventurero de aquella expedición regresó jamás, ya fuera con el secreto de la verdad de la ciudad secreta, o sin él. Y la ciudad secreta aún perpetúa su misterio hasta hoy.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Techno-Punk

Se levantó con algo de dolor de cabeza, y tomó una pastilla. Tenía el sabor de un desayuno y se expandía en el estómago como una comida completa, aunque no daba la misma satisfacción, como si hubiera algún espacio que se negara a llenarse por ese medio. Sin embargo, era lo mismo que desayunar, prácticamente, y llevaba menos tiempo. Y la cabeza ya no le dolía. 

 Pensó en conectarse a intrared, y encontró el cable en su muñeca: Se ve que anoche se había olvidado de desconectarse. Pronunció su contraseña, y ya estaba adentro: Lás páginas se desplegaban directamente en su cerebro y delante de sus ojos: cada movimiento de sus manos la hacía atravesar el hiperespacio a velocidades alucinantes, sin moverse ni un paso.
 
Conoció gente, compró lo que necesitaba, e incluso trabajó unas horas, porque se estaba quedando corta de créditos. Era bastante diestra en la multiproductividad, porque había tomado varios cursos en la intrared, y podía atender a muchas cosas a la vez. De hecho, muchas veces estudiaba o trabajaba en la intrared mientras su cuerpo dormía.
Volvió a su habitación, y se sintió mal otra vez. Quizás fuera hambre, tomó otra pastilla por si las dudas y volvió a intrared, para programar una sesión de ejercicio. Allí había conocido a su novio el mes pasado. Vivía lejos, a varios miles de kilómetros, no obstante se veían casi todos los días, y se conectaban siempre que podían en los cafés virtuales. No pensaban en vivir juntos, porque no tenía sentido, bastaba con programar su red para estar en la misma zona...
El dolor de cabeza no se iba. Tendría que consultar con el médico mañana, quizás tendrían que cambiarle la medicación.

La máquina del tiempo

Finalmente, luego de años de pruebas, el dispositivo brillaba y bullía sobre la mesa. Les pareció lo mas hermoso del mundo. Era una maquinaria increíblemente avanzada, capaz de detener el tiempo. Iluminaba el cuarto con una luz azul, y bañaba de esperanza a los científicos, que nunca habían visto nada mas hermoso. Todos ellos soñaban y fantaseaban con la posibilidad de vivir por siempre, de observar al mundo cambiar bajo sus pies mientras mientras no les pasara a ellos ni un año, ni un día. Aspiraban a obtener la sabiduría que dan los años, y la fuerza que quitan. Burlar la muerte... que delirio les parecía. Si la muerte no existiera, seguramente no habrían dedicado tanto trabajo para construir ese aparato... quizás, si la muerte no existiera, no habrían hecho absolutamente nada, nunca.

Se juntaron alrededor del objeto, que ya estaba en el pico de su actividad: Chillaba y brillaba mas que nunca, y su luz se volvía mas blanca. De pronto, los encegueció por un instante, y vieron delante de sus ojos destellos, productos de la intensa luz. El aparato finalmente se apagó, y se acercaron a ver el resultado. Sobre la mesa, impecable, inmaculado y perfectamente inmune al paso del tiempo, que seguía su curso arrollador avejentando todo a su paso segundo a segundo, un instante congelado, eternizado que los haría vivir por siempre.  

lunes, 10 de junio de 2013

El hombre del Faro VII

Sintió una punzada, mas fuerte que las otras, y no tuvo miedo, como otras veces, ni sintió la necesidad de ir hasta el botiquín del baño, como antes. En lugar de eso, fue caminando lentamente hasta el balcón, y apoyado en la baranda como lo hiciera siempre, miró la espiral azul de olas en eterna enemistad con las rocas de la costa. Buscando, quizás, alguna respuesta, solo pudo oír el silencio estruendoso de la espuma.
Alzó la vista hacia las estrellas. No parecían extrañadas ni conmovidas. Las contó, una por una, muchas veces, hasta que, cual si fueran ovejas, empezó a ganarle el sueño. Hubiera querido él que la luz del faro se extendiera hasta el infinito en ese momento, para que alguien lo supiera, o quizás que se vistiera de oscuridad en sentido duelo, pero ni un parpadeo alteró su luminosa rutina.
En la cárcel del sur, la hora de la cena era comunicada mediante un altavoz.
Lejos, en una ciudad cualquiera, alguien se iba a dormir temprano después de una cena frugal.
En el faro, el mar rugía y las constelaciones cantaban mudas su indiferencia.

viernes, 19 de agosto de 2011

De yerba y agua


Todo empieza con una frase: "Poné la pava". Comenzó la reunión, traigan los bizcochitos que ahí viene el mate. Empiezan las conversaciones, las discusiones, las anécdotas (no sabés lo que me pasó ayer!) y las confesiones, cuando quedan muy pocos y si el clima se pone íntimo.
En esas ocasiones, dicen que no hay mas verde que la yerba, porque se quiere oír y uno no se atreve a mirar a los ojos. También hay cosas que solo se dicen una vez, cuando el agua está en el punto justo y el universo alrededor se desvanece. Es una eternidad en los segundos que uno tarda en cebar, es una pausa, una excusa perfecta para ocupar las manos en algo y que se vaya el temblor de los dedos. Hay tanto en juego, tantos futuros posibles, recién imaginados, que dependen de saber calcular el momento preciso, la temperatura justa, la cantidad de yerba exacta. Porque si de golpe se tapara la bombilla, y se cortara el ambiente, podría arruinarse todo, podría quedar la charla por la mitad, como una astilla a medio sacar.
Es en esos momentos en los que uno entiende lo delicado de la situación: En esas ocasiones, tomar mate es una cuestión de vida o muerte.  

jueves, 14 de julio de 2011

El hombre del Faro VI

Increíbles visiones se sucedían en la larguísima noche del invierno, sobre el promontorio en el que vigilaba siempre sin moverse, el faro.
Hacía mucho frío, y nevaba. Tal vez los inviernos recrudecían mas y mas con el correr de los años...
Se envolvía en una bufanda desde el cuello hasta los pies, y al compás del viento se arremolinaba rodeando el faro hasta casi tocar el mar. El viejo edificio quedaba entonces protegido del gélido aliento del sur, por los flecos rojizos y cálidos de la victoriosa lana tejida.
Sucedía también que, a pesar de ser un lugar sumamente abierto, una acústica particular exclusiva de los meses invernales, se volvía eco y conversación para el hombre del faro.
_Buenos días, decía el eco.
_Buenas noches, repetía al caer el breve sol.
No obstante, no se atrevía a responder preguntas de las que no estuviera totalmente seguro de la respuesta:
_¿Estás ahí? preguntaba el hombre del faro en vano.
Finalmente, durante algunos momentos particularmente oscuros de esa larga noche, se podían entrever en el cielo imágenes, como si fueran proyecciones de una película, sobre el abismo negro. El hombre del faro había descubierto que muchas veces variaban de acuerdo a lo que él imaginara en aquellos momentos.
Fue un día, en el que los flecos de su bufanda cosquilleaban debajo de su mentón, que pudo observar, sobre el precipicio infinito, una playa de palmeras, arena cálida y algunos veraneantes tostados por el sol.
_Nada mal, eh? preguntó al eco.
_Soñar cuesta poco, respondió el eco.

domingo, 22 de mayo de 2011

La sociedad de los conejos



Ya desde temprano, el inacabable ir y venir los había mantenido ocupados. Todos entendían que una demora en la rutina de hoy significaba un retraso en la rutina de mañana, y eso atrasaba a su vez la rutina de pasado mañana. Aún así, fue inevitable: en el cielo de la conejera de pronto asomó un sol de flúor y no pocos orejudos se quedaron con la vista perdida en las alturas, como saludando a su nuevo amo. Era otro cartel de propaganda, de los que había a montones por la ciudad. Pero no por eso era menos importante, ya que podía significar una nueva pista sobre que comprar. Y la diferencia entre comprar lo correcto o lo incorrecto se traducía en mayores o menores probabilidades de reproducirse. Todos sabían que un conejo a la moda era un mejor compañero sexual que uno anticuado. Y no importaba que la propaganda fuera de lápices, electrodomésticos, corbatas o zanahorias, todo ayudaba a transformar a un simple orejudo en un imán irresistible para el sexo opuesto, por eso todos prestaban mucha atención a las publicidades nuevas. Eran cosas que se aprendían desde la mas tierna edad en la madriguera, y que servían durante toda la vida. Una vez asimilada la nueva publicidad, los conejos volvieron poco a poco a sus actividades, distraídos por un rato, pensando quizás en zanahorias o en camadas numerosas.



domingo, 10 de abril de 2011

El hombre del Faro V

Hubo un día, igual a tantos otros en los largos años de rutina inmutable, en el que el mar mismo guardó silencio, como esperando algún magno evento de suma importancia. El hombre del faro, que se encontraba en el interior realizando algunas tareas de mantenimiento, salió al balcón, extrañado por la ausencia de ruido. El rugido de las aguas, a veces ensordecedor, había callado por completo. No obstante, aún se veían algunas olas rompiendo contra las rocas.
Era un día agradable y soleado, de los que el hombre del faro solía aprovechar para caminar por la playa, y normalmente con tan buen clima el cielo se habría llenado de gaviotas grises.
Pero no ocurría así: no había ni siquiera nubes que taparan el sol.

"¡Cuanta paz ahora que no hay ruido alguno!" pensó el hombre, demorándose unos minutos más apoyado en la baranda. Volvió a su trabajo con sumo cuidado, ya que no quería romper aquel extraño hechizo. Transcurrió la tarde, mientras el sol declinaba lentamente, sin que se oyera nada más que su respiración y el ruido metálico de las heramientas.

En el crepúsculo, dió un paseo por la playa, que ahora le parecía un poco triste en su silencio. Ni siquiera el viento, a pesar que se había levantado bastante fuerte, zumbaba en sus oídos. Tomó una piedra, y la lanzó al agua: Rebotó un par de veces y se hundió con un sonoro "blup". "Que extraño", pensó. Sin emitir una palabra interrumpió su caminata y volvió al faro.
Al día siguiente, cuando despertó, escuchó el rugido constante del mar, qué, como todos los días, golpeaba una y otra vez la costa.

viernes, 8 de abril de 2011

El hombre del Faro IV

Despertó y se levantó lentamente, luchando contra el sueño. Desayunó, se acomodó la corbata y encendió el automóvil. A las 10, mientras tomaba su primer descanso, fue a comprar las magdalenas que comía todos los días.
Selló las boletas, escribió tres notas, y se aseguró que los pedidos hubieran sido efectuados de acuerdo al protocolo. Al mediodía, almorzó lo mismo que la semana anterior, y trabajó hasta tarde. Al salir de la oficina, los últimos rayos del sol se filtraban por entre el muro de edificios que lo rodeaban. Subió a su auto, volvió hasta el departamento, y mientras cenaba puso el noticiero. ¿Qué día era? ¿Jueves o viernes? "Jueves", le dijo una voz en su cabeza, "mañana hay que pasar la información a contaduría". Cansado como estaba, se fue a dormir pocos minutos después.

Despertó y se levantó lentamente, luchando contra el sueño. Desayunó, y salió al balcón pensando en un sueño extraño que había tenido, sobre un hombre que vivía en un departamento diminuto y que trabajaba todo el día. "¡Que poca poesía hay en las grandes ciudades!", pensó el hombre del faro. "Al menos yo tengo mis atardeceres y un mar enorme para reconfortarme".

viernes, 18 de marzo de 2011

Mandrágora

Entre los fríos y grises muros, trabajaba incansable. Un incesante goteo (plic, plic,plic) y el crepitar del fuego era todo lo que se oía. Las paredes, gruesas, mohosas y húmedas, aislaban todo intento de magia del mundo exterior. Chisporroteaba el caldero, oxidado y raído, desde hacía siglos. En su interior, el inmortal brevaje. Su túnica era negra, como sus ojos y su destino. La ambición ganaba siempre la partida, y el hervor del misterioso elixir se extendía por siempre. El oscuro secreto que guardaba era el de la prisión eterna, el de los muros inexpugnables, el del aislamiento mas absoluto.
Jamás saldría de allí, oiría el incesante goteo (plic, plic, plic) y el crepitar de las llamas eternamente.
Era el castigo celeste a quienes bebían del cáliz de los dioses, del sacro elixir, de la vida eterna. Con cada gota de agua que cayera desearía, quizás, la libertad, y, con total seguridad, el contacto humano que los seres eternos tienen prohibido.
Por fin, luego de mucho trabajo, había logrado elaborar un veneno fatal: un extracto de mandrágora. Tomó el frasquito y lo acercó a su boca, pero no pudo tomarlo. Sus manos temblaban, el frasco se hizo añicos contra la pared de piedra.
El licor embriagador de la inmortalidad es de sabor amargo, pero el miedo más primordial es muchísimo mas poderoso. Desde un rincón de la habitación, el líquido se escurría entre pedazos de vidrio, ya inofensivo, pero aún amenazante. El goteo seguía, interminable (plic, plic, plic).

lunes, 21 de febrero de 2011

Zorro rojo

Volvió pronto, al caer la noche, a su seguridad. Su pelaje azulado levantaba un poco de polvo al arrastrarse por la estrecha entrada de la madriguera. En su interior tenía todo lo que necesitaba: un lugar cálido para dormir, protección contra la lluvia y refugio de los depredadores nocturnos.

Aún más, ese sencillo espacio lo reconfortaba protegiéndolo de las miradas ajenas, lo contenía y respetaba. La pradera se erguía desafiante y hostil afuera, el cielo estaba infinitamente estrellado. La noche, eterna y cómplice, lo amparaba como una manta en la semi-oscuridad de la pequeña cueva maternal. Era en verdad un espacio bastante estrecho, pero era mucho mas agradable de esa manera.

¿Cuanto tiempo había pasado desde que el sol se ocultara? Días tal vez... y podría pasar muchos más allí, en la simple comodidad de su universo personal. De a ratos dormía o se recostaba suavemente contra el suelo de tierra, disfrutando enormemente de su privacidad. Lejos quedaban las vergüenzas y las humillaciones: allí todo era libertad, mientras los sentidos se relajaban y el tacto se elevaba como único rey nocturno.

martes, 8 de febrero de 2011

El hombre del Faro III

Allá donde la luz de la noche ya no puede guiar a ningún barco, llega el resplandor del faro, acabando justo a los pies de un altísimo risco donde se erije la cárcel del sur. Este antiquísimo establecimiento se viste de olvido por algo más que su lejanía con las grandes ciudades: Se trata de un lugar que no ha sido visitado por ningún presidiario famoso de ninguna clase, ni ingeniosos estafadores, ni furtivos ladrones, ni nada. Tampoco es conocido por tener un régimen interno de alta severidad, se podría decir que es, mas bien, lo opuesto: allí la disciplina no necesita ejercerse.

Los reos son libres de ir y venir a su antojo, sabedores de que aunque intenten escapar a su encierro no hay realmente lugar al que ir, un cielo estrellado por las noches se extiende hasta el infinito, lo mismo que el agua del mar bajo las rocas del acantilado y la uniformidad de la tierra, hacia donde se mire.

Lo primero que pierden los reclusos en ese lugar es la voluntad de escapar, y los guardias, convencidos de que su suerte no es mucho mejor, añoran también las mieles de la libertad. Tanto los unos como los otros aprenden a inventar constelaciones como toda forma de entretenimiento, otros sueñan con lugares que jamás volverán a visitar, y unos pocos, apoyados sobre la muralla que da hacia el mar, alcanzan a ver la luz del faro y entablan amistad con aquella y lejana alma solitaria que, cortando a través el cielo, les hace companía noche a noche.

domingo, 6 de febrero de 2011

Las flores del desierto

Dicen que bajó de la noche vestida con sus colores, disfrazada de don y prometida a los hombres. Era el desierto, donde nadie sobrevive solo. Dicen que un grupo de beduinos la encontró y le dió de comer y beber.

Dicen que mientras habitó entre ellos, tomó por tarea el recoger el agua todas las mañanas del oasis cercano. Sus ropas, aunque sueltas, dejaban al descubierto solo sus tobillos y sus pies descalzos. Reían sus collares y pendientes mientras llenaba el ánfora, y cada gota que caía reflejaba su espejismo, fresco y limpio. Mezcla embriagadora de dolor y amor, emborrachó a cuantos bebieron del líquido cristalino. Dicen, que de su ánfora, a la manera de Pandora, derramaba también, sin embargo, consuelo y esperanza para remedio de todo lo que ella misma ocasionaba.
Era el regalo mas completo que podía ofrecer Alá: nada hacía tanto bien y tanto mal a la vez.
Dicen que trenzando una flor por cada hombre, se fue un día, caminando por el desierto.
La tribu de beduinos se dispersó y uno a uno, por dentro, fueron devorados, aún mucho después de que ella hubiera partido.
Dicen que la vieron llevando un ánfora cargada de agua y una larga corona de flores del desierto.

domingo, 30 de enero de 2011

El hombre del Faro II

Desde las alturas se veían las nubes, se veía el mar y las puestas de sol. Era muy dificil no maravillarse ante la belleza de ese paisaje. El hombre del faro no era la excepción, amaba realmente el paisaje que contemplaba todos los días.

La península en donde se sostenía el faro era una tranquila playa en la que las olas, chocando contra las rocas, ahogaban el sonido del viento. Incontables veces bajó él a pasear por la arena en sus horas de descanso, disfrutando del buen clima a veces y caminando de puro gozo, bajo la lluvia, otras.
No culpaba él a su destino, que le había permitido, a modo de consuelo, tener esas sencillas alegrías.

¿Podría hacer tenido otra vida en otro lugar? ¿Acaso tener familia o hijos? Tal vez, pero era tarde ya para arrepentirse, pensaba.
Siempre había elegido lo que a su juicio era lo mas conveniente para sí mismo, de manera que esa vida que llevaba era, seguramente, la mejor de las posibles. Quería creerlo, pero no estaba completamente seguro.

Algo que el hombre del faro no sabía, es que el mundo había olvidado su existencia por completo. Los hombres se preocupan solo por los asuntos que requieren atención urgente, y como el faro funcionaba sin problemas gracias a su cuidador, nadie se acercaba hasta allí ni hacía pregunta alguna sobre el viejo edificio.

miércoles, 26 de enero de 2011

Pleno vuelo

Ella era como la mas hermosa de las aves, exhibiendo orgullosa su plumaje en la copa del árbol mas alto del bosque. Una hechicera de gorjeo anaranjado que embrujaba a quien oyera su voz. Y como todas las de su género, poseía una llave capaz de abrir cualquier corazón, que usaba según su voluntad.
Yo caí por ella como tantos otros: Canté a sus pies con mi alma de gorrión bajo la sombra del verano sin saber que el amor era para ella un juego, que por supuesto, siempre ganaba.
Respondió a mi devoción con dulces promesas, en las que creí ciertamente. Luego, me abandonó.

Mucho tiempo la esperé, escribiendo versos y pintando su rostro en cada nube. Sufrí mucho también, en las noches que la luna me traía su recuerdo plateado. Mi canto se hizo triste al tiempo que la juventud se volvía opaca en mi plumaje.
Cuando la volví a ver, su belleza y su gracia no habían disminuído, sino todo lo contrario: parecían aventajar a la mismísima primavera. Su melodía era mas intensa que antes y su vuelo era tan suave que parecía hecha de algodón. Mi alma herida suplicó por su amor, pero solo me dió tibias esperanzas antes de marcharse por segunda vez.

Me aferré a no olvidarla y anduve tras su aroma por cielos tormentosos. Si alguna vez me le acercaba, no parecía notarlo, jamás me miraba. Pero al alejarse, elevaba su celestial trinar como invitándome a seguirla.

Había vivido yo bastante desde el día en que la había visto por primera vez, y algunos pensamientos florecían en mí: quizá todo en ella fuera ilusión, pensaba.
Quizás nunca me amaría, quizás bajo sus alas blancas no había más que dolor...

Quise entonces abandonarla, escapar para no volver, pero su intuición fue más rápida: Supo que estaba a punto de perder la partida y jugó su carta maestra: sin previo aviso, me besó.
Me besó con toda la potencia de su sexo y su juventud, me llenó con su espíritu azul y me hizo olvidar con un solo gesto cuanto había sufrido por ella: No pude evitar amarla una vez más.

Yo aturdido, ella, elegante, fina y mas radiante que mil soles, se elevó sin mirar atrás, como lo había hecho siempre, su perfecta silueta recortada contra el celeste del cielo. Entendí que el alejarse de mí estaba en su naturaleza, y que yo, fiel a la mía, la seguiría hasta el fin del mundo.

viernes, 21 de enero de 2011

El hombre del faro I

En un lugar muy al sur del mundo existe una persona que vive en un gran faro. Su tarea consiste en preservar el funcionamiento de la luz para que las naves que circulan puedan divisar la costa a tiempo. No hay, sin embargo, un puerto en esas latitudes, y ningún barco se detiene jamás.
Así transcurren los días para el hombre del faro… para su propio disfrute ha decorado el interior del edificio donde pasa la mayor parte del tiempo barriendo o mirando el mar. De tanto observar el horizonte ha desarrollado vicios de poeta, y las conversaciones con el atardecer han prendido en él algunas dudas.
Se pregunta si alguna vez alguien vendrá a relevarlo, o si alguien, en el momento que la luz del faro finalmente se apague, sentirá las ausencias como las siente él, con cada ola que golpea contra la costa.